El día que empezaron las obras en la planta baja a Eva le dio por volver a cantar. A voz en grito. Tan pronto llegaban los albañiles a nuestra casa mi mujer abría las ventanas que daban al patio interior y –ataviada con un camisón que disociaba sabiamente voluptuosidad y celulitis- comenzaba a desgranar un repertorio tan trasnochado como autárquico.
– Es bien alegre su esposa – me soltaba con socarronería el jefe de obra, un boliviano barrigudo con voz de mezzosoprano.
Y Eva, que no perdía ripio desde la primera planta...
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– Es bien alegre su esposa – me soltaba con socarronería el jefe de obra, un boliviano barrigudo con voz de mezzosoprano.
Y Eva, que no perdía ripio desde la primera planta...
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