La estancia en que me hallo es, sin duda, la habitación de mi hija. Reconozco el papel pintado de nubes sonrientes y los peluches que se alinean en perezosa formación en los estantes, y también es de mi niña la ropa que contiene el armario de dos cuerpos con espejitos en forma de sol y de luna. El conjunto y los detalles de lo que se materializa ante mí son fiel reflejo de la realidad que una vez fue, y aunque sé que es imposible podría jurar que incluso percibo el tibio olor de Samanta....
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