– Espera aquí, rapaz.
– Sí, señora.
La sirvienta, cual huraño punto de fuga, se aleja para anunciar su presencia por el interminable pasillo de baldosas blancas y negras, y Alvaro suelta un bufido. Sigue sosteniendo el niño la bandeja de alpaca sobre la que su madre ha distribuído dos docenas de pastas caseras, y nota cómo se le empiezan a agarrotar los antebrazos. Baraja la posibilidad de depositar la bandeja sobre cualquiera de las muchas superficies que hay en la sala de recibir de la mansión, pero colige que no sería de buena educación, y su madre le ha recalcado que ha de causar la mejor de las impresiones a la marquesa cuando le entregue las pastas.
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– Sí, señora.
La sirvienta, cual huraño punto de fuga, se aleja para anunciar su presencia por el interminable pasillo de baldosas blancas y negras, y Alvaro suelta un bufido. Sigue sosteniendo el niño la bandeja de alpaca sobre la que su madre ha distribuído dos docenas de pastas caseras, y nota cómo se le empiezan a agarrotar los antebrazos. Baraja la posibilidad de depositar la bandeja sobre cualquiera de las muchas superficies que hay en la sala de recibir de la mansión, pero colige que no sería de buena educación, y su madre le ha recalcado que ha de causar la mejor de las impresiones a la marquesa cuando le entregue las pastas.
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